La era digital ha provocado que muchos de los roles en el sector empresarial cambien de manera significativa o se adapten a los nuevos escenarios.
Uno de ellos es el de director financiero, un cargo que durante varias décadas estuvo ligado a la alta gerencia y al manejo de los distintos capitales que forman parte de una organización. Era común la imagen de aquel hombre de negocios, traje negro cerrado, que parecía moverse en un mundo de cifras y datos.
Hoy día ya no es del todo así. Aunque el director financiero conserva algo de la esencia que le ha caracterizado tradicionalmente, las transformaciones del medio han hecho que su campo de acción se amplíe a nuevas esferas y actividades.
Funciones más conocidas de un director financiero
El director financiero es, sin ninguna duda, una de las figuras clave para la buena marcha de cualquier empresa. Su mente funciona bajo una sola premisa: rentabilidad. Por ello, debe buscar las oportunidades más propicias que le ofrece cada contexto para garantizar la sostenibilidad y el posicionamiento de la compañía.
Antes de explorar a fondo el nuevo perfil de este profesional y los distintos retos a los que se enfrenta en el siglo XXI, repasemos las funciones más características de un director financiero en el ejercicio diario:
Gestionar la liquidez de las empresas:
La liquidez no sólo tiene que ver con créditos o ventas. Es todo aquello que permite a las empresas atender sus necesidades de caja más prioritarias y realizar buenas previsiones de tesorería. Sin liquidez suficiente no se pueden atender compromisos monetarios ni elaborar planes a medio o largo plazo. El director financiero realiza una minuciosa evaluación de sus clientes y del mercado en el que opera la empresa, y a partir de ahí toma decisiones en un sentido u otro.
Poner en marcha un sistema para el control de costes:
Eso sí, hay que dejar claro que no sólo se trata de conseguir liquidez para gastar el dinero en cualquier cosa; mucho menos para invertirlo en áreas que están fuera de nuestras posibilidades financieras. Un buen director aplica criterios de eficiencia, control y responsabilidad para saber en qué se invierten los recursos y cuál es el valor que cada acción supone para la compañía.
Analizar las posibilidades de inversión:
La lógica habla de que se invierte para obtener un beneficio. Sin embargo, antes de cualquier decisión al respecto, el director financiero debe realizar un análisis previo sobre la necesidad real de hacerlo, la rentabilidad, las posibilidades de éxito y, claro, la forma de financiación. En lo posible, debe elaborar un plan de inversión en cada caso y hacerlo extensivo a la dirección o la gerencia.
Conseguir financiación bancaria:
Muchas empresas dependen del capital que les proporcionan los bancos o entidades de crédito. El director financiero debe liderar este proceso en los mejores términos, argumentar el por qué su empresa merece el crédito que solicita y justificar que sí está capacitada para cubrir las exigencias que esto conlleva. Lo más importante es velar para que la financiación cubra las necesidades a corto, medio y largo plazo de la compañía y que se ajuste a los plazos en temas de intereses y pagos.
Impulsar proyectos de mercados alternativos:
Otra forma de asegurar la liquidez de una empresa consiste en volver la vista hacia otros mercados o escenarios. Al director financiero también le corresponde estar al tanto de los movimientos más representativos de su entorno comercial y tener la visión suficiente para saber cuándo apostar por un nuevo nicho de mercado o una vía que antes no se había contemplado. La incursión en mercados alternativos está ligada, por lo general, al proceso de internacionalización.
Siglo XXI: nuevas habilidades del director financiero
El escenario actual, marcado por el uso de las nuevas tecnologías y la velocidad de los procesos y la información, no sólo exige que un director financiero adquiera mayor preparación y formación técnica, sino también competencias transversales propias de los modelos de gestión y dirección del siglo XXI.
El de ahora es un perfil más amplio. Se alimenta de competencias que hasta hace poco nada tenían que ver con la gestión financiera de las compañías o que se delegaban en otros cargos. Cuatro de las más significativas son las siguientes:
1) Dominio de idiomas:
No es que antes no se hablara inglés, francés, alemán o chino en el área de los negocios. El asunto es que nunca antes como ahora habíamos asistido a un intercambio comercial y cultural tan ferviente. Esto obliga a que los directores financieros que se quieran mover en dicho escenario tengan un buen nivel de comunicación en una segunda y hasta una tercera o cuarta lengua.
2) Gestión y liderazgo:
Los planes financieros no se aplican por sí solos. Necesitan de una persona que sea capaz de movilizar a los distintos departamentos de la compañía para que los apoyen y secunden. Es decir, además de buen gestor, el director financiero debe desarrollar habilidades de líder.
3) Comunicación y trato intrapersonal:
Negociar o el solo hecho de moverse en determinados mercados ya no se realiza de la misma forma que hace unas décadas. Las comunicaciones son ahora más ágiles y los códigos han variado. De hecho, ya no dependen de si está o no presente. En este sentido, el reto del director financiero es doble: ponerse al día tanto en las formas propias de la negociación del siglo XXI como en las herramientas digitales que tenemos a mano para ello.
4) Filosofía corporativa:
Durante mucho tiempo se pensó que las finanzas y la cultura corporativa eran dos esferas independientes. Sin embargo, ahora esto es impensable; lo uno debe ir ligado a lo otro. Es decir, el director financiero debe saber tanto de finanzas e inversión como de valores y principios corporativos: lo segundo es, al fin y al cabo, una especie de marco para sus distintas actuaciones.
Las opciones laborales de un director financiero son numerosas, independiente de las limitaciones que suponga el área específica en la que se desenvuelva cada uno. En cuanto al salario, recientes encuestas señalan que el promedio está entre los 60.000 y los 80.000 euros anuales, cifras que hablan de la buena aceptación de esta profesión.
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